lunes, 7 de mayo de 2007

Relato de una mente en apuros (III)

Lo daba por muerto, debido al escaso éxito de la propuesta. Pero el hecho de saber que hay alguien que lo ha leído y, no sólo eso, se ha interesado por el relato, me es más que suficiente como para seguir publicándolo con toda la regularidad que pueda. Ahí va la tercera entrega, esta vez, un fragmento algo más largo, que sino vamos a eternizar esto...

Para los que no hayan leído nada y estén interesados, os dejo aquí los links enlazando directamente con las otras partes:

- Relato de una mente en apuros (I)

- Relato de una mente en apuros (II)


El empeño de la gente que me rodea siempre ha sido que sea una persona normal. ¿Normal? Debe ser la palabra más difícil de definir, quizás algún experto se atreva. Me río en mi interior. Con once años, me compraron otro gato. Otra experiencia espantosa. Éste aún sigue vivo, pero a veces pienso que deberían circular más BMW por delante de mi casa. Este estúpido animal es imposible, como yo. Mi padre es un buen hombre. Cuando vio que mi relación con el nuevo gato no funcionaba tampoco, probó a traer niños a casa con los cuales podía jugar. Por supuesto, me miraban con ojos de desconfianza. Esos ojos con los que mira una gacela cuando sabe que los leopardos la han rodeado, y se resigna a luchar. No conseguí entender ninguno de los juegos que me proponían esos niños. Jamás les quise ningún mal. ¿Dónde se esconde la felicidad? Me están condenando a muerte de soledad. Descubrí que la felicidad no se podía encontrar en un tablero con fichas. Ni siquiera en una play-station, aunque aquel juego de cantar parecía divertido. ¿Aquel inocente niño pretendía que jugara con él a un juego de cantar? Que alguien le explique que no hablo, por favor. Hasta luego, niños.

Mi vida siempre se ha limitado a las cuatro paredes de mi cuarto, una prisión en la que mi mente colocaba ella sola los barrotes. Cuando uno está en la cárcel, y quiere sentirse libre, grita, porque la voz no hay quien la pare, ni rejas ni paredes, pero yo todavía no lo he conseguido. Mi abuela podría ser perfectamente una funcionaria de prisiones, siempre me está controlando. Soy su único nieto. La entiendo. He llegado a la conclusión de que la función de un abuelo es la de ser insistente, de conseguir lo que quieren por la táctica del agotamiento del rival. Mi abuela me repite unas doscientas veces al día que tengo que comer más. Unas trescientas que me lave las manos. Unas cuatrocientas que no me vaya a dormir muy tarde. Consigue todo lo que se propone. Lástima que no es experta en nada, porque sino ya habría conseguido que hablara. Hace escasos días, me vio mirando por la ventana de mi particular prisión. La ventana supone para mí el contacto con el mundo exterior. Para ella, ese simple hecho fue considerado como un progreso en la enfermedad que no entiende, pero trata de explicárselo a todo el mundo. Ella fue feliz por unos momentos y dejó de vigilarme. Tengo que mirar más a menudo por la ventana. Mi vida es como un estupendo Gran Hermano, mi abuela son las ochocientas cámaras que me vigilan. Hasta luego, abuela.

El tiempo libre no debería existir. Yo debo ser la persona con más tiempo libre del mundo. Bueno, el tiempo libre sirve para dos cosas: una para cerciorarte de que cuando algo es libre, no se aprovecha; otra para que tu mente se recree en pensamientos que sin tiempo los habrías eliminado en unas horas. Pues bien, en mi cabeza se detienen todos los pensamientos. He llegado a montar un gran imperio de hormigas, que se apropian de nuestras mentes y de nuestra vida. Lógico, desde mi ventana se aprecia un embrutecido hormiguero, desgastado y viejo, como todos los pensamientos que se mantienen perdidos por mi mente. La mayoría de personas buscan en su tiempo libre relajación y silencio. Silencio. Qué gran palabra. Ahí sí que soy un experto. El silencio es la prolongación de la tristeza. Un día, acudí a un funeral en el cual me hicieron guardar un minuto de silencio. Me eché a reír en mi interior. Llevo doce años así. El tiempo libre se acaba traduciendo en la exposición sistemática de tus problemas. A lo mejor, nos gusta el tiempo libre porque en el fondo nos gusta recrearnos en nuestra soledad o en nuestra melancolía. Hasta luego, tiempo libre.

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