domingo, 22 de abril de 2007

Cuando lo hace él


Cuando se lo hace ella, se trata de un camino recorrido muchas veces, un camino de piel entreabierta, sí, que se despliega a través del placer; una búsqueda que se resolverá con seguridad por los cauces conocidos y maravillosos del autosexo. Una vía de reconocimiento de su propia sexualidad. Cuando él se lo hace a ella, todo cobra una nueva significación.

Cuando lo hace él, es una especie de magia la que se produce, no en ella, no en él, sino en el diálogo que mantiene su dedo con el cuerpo de la chica. La mano se pasea alrededor dejándose notar, segura de que su presencia despierta interés, la respiración de la chica convierte su vientre en un mar que baja y sube. La mano entonces, la mano masculina, de uñas recortadas y limadas, mano húmeda, cosquillea más cerca, siempre más cerca, entre los muslos produciendo escalofríos o ternura o deseo. Cuando lo hace ella el camino es en línea recta, directo al clítoris. Cuando lo hace él, la mano pasea entretenida por el país de las maravillas, no se puede hacer sino es disfrutando del viaje de la mano por aquellas tierras rosadas. La cara del chico se pega a la barriga de ella, con la otra mano se palpan los senos de la chica, el chico siente cómo respira, cómo reacciona a las idas y venidas del dedo por su sexo. La luz es débil, la habitación calida –ahora además guarda sonidos, pues en ella se escuchan dos respiraciones entrecortadas- y ella ha de guiar la mano del chico con sumo cuidado, con palabras eróticas, con gestos, con su propia mano. La mano de ella lo conoce todo. Todo, pero la mano de él, está ciega no sabe donde está el límite entre el terreno del gusto y el epicentro del placer. Cuando roza, entonces su clítoris, el pecho se levanta, la barriga se encoge, hay un estremecimiento y la mano ha triunfado. Sin presionar mucho al principio, y con el dedo ensalivado roza, roza, roza el clítoris. La reacción de ella lo vuelve loco e intenta no perder la calma y mantener el ritmo lento de roce, roce, roce. Se detiene y con la mano pegada contra ella sube y baja hasta meterle lentamente un dedo en su vagina, moviendo ese dedo busca aún más placer, lo mueve deprisa, roza algo muy escondido y nota la reacción inmediata de ella; se cansa, vuelve de nuevo al clítoris, lo besa, lo acaricia otra vez con la mano húmeda, ella lo guía en todo momento, con su respiración y su mano. La masturbación continúa hasta que ella le pide mayor presión sobre el clítoris, algo muy grande se acerca. En la distancia, el orgasmo parece algo insignificante, en el momento del orgasmo, el placer, la chica y el chico lo son todo. Continúa acariciando sus tetas y también su boca con la mano libre porque la otra está atrapada en un sexo que exige satisfacción. Cuando llega el final, él la ha besado mil y una veces. Se ha producido un encuentro mayor que nada en el mundo, encuentro y entrega mutua de dos partes totalmente recompensadas con un solo orgasmo.

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