lunes, 26 de marzo de 2007

Relato de una mente en apuros (II)

Gritos de desesperación. Llantos. Caos absoluto. La gente no aguanta más. Después de recibir una auténtica marabunta de comentarios (3 en total y 1 de ellos sospecho que es mi hermana) sobre mi 'ida de olla', he decidido continuar. La presión social me ha obligado, porque yo ya había visto el fin de mi relato en su primera entrega. Pero bueno,emocionadísimo por ver que a alguien le había podido interesar la historia, me he decidido a subir la segunda entrega. Supongo que, como tengo pocos 'seguidores', intentaré colocar más trozo de relato en cada entrega (no os preocupeis, el relato en total no supera las 12 páginas. Muchas gracias a la gente que ha perdido un poco de su tiempo para leerlo y agradecimiento infinito a los que incluso me han regalado un comentario. Ahí va la segunda parte:

Si no leíste el inicio de la historia, hazlo aquí
Un desorden profundo del desarrollo que ha sido pobremente entendido y que afecta severamente las habilidades de una persona, especialmente en el desarrollo de lenguaje y relaciones sociales. Pura teoría. Qué injusta es la teoría, pero qué lamentablemente útil en este mundo. Todas las cosas deben estar definidas, todo debe tener un sentido. Ridículo, como los expertos. Un experto es alguien que sabe mucha teoría sobre un tema, pero que posiblemente en el trato con las personas sea un inepto. Pues bien, en mi vida sólo debo haberme cruzado con ineptos. Todos saben emitir un diagnóstico: este niño es autista. ¿Alguien se ha parado a preguntarme si realmente me apetece compartir con el mundo la realidad que mi cabeza crea cada segundo? Y ya no sólo con el mundo, ¿este maldito experto en indiscreción y osadía, que me habla como si me conociera, merece ganarse el sueldo jugando con mi mente? Desde luego que no, porque sino ya habría emitido mis primeras palabras. Llevo toda la vida esperando a aquella persona que merezca oír mi voz. Quizás la inseguridad me deje mudo para toda la vida, asumo mi decisión. Esa persona todavía no ha aparecido.

Cuando tenía ocho años, mi madre me regaló un gato. No suelo hablar demasiado de mi familia. Bien, no suelo hablar. Pero reconozco que la gente que me rodea me aprecia, pero no me entiende. En realidad, nadie lo hace, pero yo tampoco se lo he pedido. Pues bien, el gato me cogió un cariño tremendo. En mi mente se llamaba Dios, porque me acompañaba cuando a él le daba la gana y me dejaba solo en los peores momentos. Harto de los gritos de los demás, el pobre animal se refugió en mi soledad. Su mundo y el mío se entrelazaron durante varios meses, hasta que dejó de maullar. Dicen que los gatos se adaptan a los amos. Pobre, quizás debió conocer a alguien que emitiera algún sonido. El último sonido que escuchó fue el del frenazo de aquel BMW. Hasta luego Dios.

2 comentarios:

Sara dijo...

Tu hermana aún no tiene el sindrome-madre-de-la-pantoja; el amor es ciego pero no tanto, tus sospechas no son ciertas, a pesar de que la historia me gusta, que ya la habia leido. De todas formas me alegro de que sigas con ello.

Anónimo dijo...

Cuantos autistas no declarados como tal hay por el mundo....esos autistas que pueden pero no quieren por desidia,por cobardía....
no hay peor sordo que el que no quiere oir,ni peor ciego que el que no quiere ver,ni peor mudo que el que no quiere hablar....y sin embargo les dicen autistas a los otros...a los que no pueden aunque quieren...
¿me habré liado mucho?
Tere Marin